El baño de Alfred Stevens nos muestra una bañera francesa de zinc de cuerpo entero llena hasta el borde. El baño es un cambio para Stevens, cuyos sujetos suelen verse completamente vestidos en interiores lujosos. Conocido por sus pinturas de las mujeres de moda de París, Stevens estaba interesado en la interioridad psicológica y a menudo capturaba a sus sujetos en momentos de frustración, aburrimiento o anhelo. Las suyas eran mujeres contemporáneas, a las que les gustaban los objetos preciosos y vivían en salones o tocadores lujosamente decorados. Pintó tanto mujeres de la sociedad como cocottes o demi-mondaines, mujeres frágiles y fatales, y su enfoque era sensible y objetivo, sensual y casi documental en estilo, dejando pistas para que sus audiencias conscientes de la moda las captaran: hilos narrativos sutiles establecidos en detalles de vestimenta, decoración y pose.
Claude Monet no solo amaba los nenúfares, los pintaba obsesivamente. Esta relación con las flores fue casi una devoción personal, una mezcla de pasión artística y curiosidad botánica que se extendió a lo largo de varias décadas. Los nenúfares no fueron simplemente una serie de pinturas; fueron el núcleo de su vida creativa en sus últimos años, dando lugar a más de 250 lienzos que hoy se encuentran en museos de todo el mundo.
La historia de Judith y Holofernes proviene del libro deuterocanónico de Judith en la Biblia. En este relato, Judith, una viuda hebrea de gran belleza y valentía, vive en una ciudad sitiada por el ejército asirio bajo el mando del general Holofernes. Los habitantes de la ciudad, desesperados, están a punto de rendirse, pero Judith decide actuar para salvar a su pueblo.
Miguel Ángel pintó esta Sagrada Familia para un mercader florentino, Agnolo Doni , cuyo prestigioso matrimonio con Maddalena Strozzi en 1504 tuvo lugar en un período crucial para el arte florentino de principios del siglo XVI. La presencia en la ciudad de Leonardo, Miguel Ángel y Rafael juntos, dinamizó la ya viva escena artística florentina, que en la primera década del siglo conoció un período de gran fervor cultural.
El magnífico retrato de Eleonora de Toledo junto a su segundo hijo, Giovanni, es una de las mayores obras maestras de Bronzino y la obra que contribuyó a transmitir al imaginario colectivo el esplendor de la novia de Cosimo I de Médici. Con su piel luminosa, sus ricas joyas y su suntuoso vestido, Eleonora destaca sobre un llamativo fondo azul que la dota de un aura de sacralidad, equiparando efectivamente el retrato a una aparición.
María está vista de lado, sentada en un “sillón de cámara”, una especie de asiento reservado a los altos dignatarios de la corte papal. Se limita a levantar una pierna para acoger mejor el cuerpo de su Hijo, estrechándolo contra su pecho, mientras San Juan, a la derecha, les dirige una mirada intensa, extendiendo las manos en señal de oración. El complejo y formidable entrelazamiento de los brazos entre madre e hijo, la ligera inclinación del rostro de María que toca suavemente la sien de Jesús al tiempo que mira y atrae al espectador, generan un juego perfecto de correspondencias acompañado por las combinaciones de colores: del blanco entretejido con tramas doradas del turbante, a las sinfonías de verdes y rojos del pañuelo de la Virgen; del rojo de la manga yuxtapuesto al amarillo de la túnica del Niño, al azul ultramar del vestido.
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