Quienes aman el cine seguramente reconocen de inmediato algunos de los logos más emblemáticos que aparecen antes de que comience una película. El rugido imponente del león de Metro-Goldwyn-Mayer, el castillo iluminado de fuegos artificiales de Disney, la montaña nevada de Paramount... y, por supuesto, la figura serena de la mujer con la antorcha que representa a Columbia Pictures.


Esa imagen, que apenas dura 18 segundos en pantalla antes de cada película, se ha convertido en uno de los íconos más reconocibles de la industria cinematográfica. Sin embargo, detrás de esa pintura luminosa se esconde una historia fascinante que muchos desconocen: la de una sesión fotográfica improvisada, una diseñadora gráfica embarazada y una fotógrafa que jamás imaginó que su trabajo daría la vuelta al mundo.

Todo comenzó en 1991, cuando Columbia Pictures decidió actualizar su logotipo para darle un aspecto más moderno y refinado, sin perder su esencia clásica. Para esta tarea, el estudio contactó al pintor Michael J. Deas, conocido por su dominio de la técnica tradicional y su capacidad para crear imágenes con una estética atemporal.

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Deas tenía en mente exactamente cómo debía lucir la nueva Dama de la Antorcha, pero necesitaba una referencia real para plasmarla en su pintura. Fue entonces cuando recurrió a su amiga, la fotógrafa Kathy Anderson, quien por aquel entonces trabajaba en el diario The Times-Picayune de Nueva Orleans y ya contaba con una notable reputación por su sensibilidad artística detrás del lente.

Anderson aceptó encantada el reto. Sabía que era una oportunidad única para participar en la creación de un símbolo cinematográfico. Pero primero necesitaban a alguien que pudiera servir de modelo para la imagen. En lugar de buscar a una actriz o a una modelo profesional, la elección fue mucho más casual: Jenny Joseph, diseñadora gráfica y compañera de trabajo de Anderson en el periódico, se ofreció para ayudar.

La sesión se llevó a cabo en el modesto departamento de la fotógrafa. No hubo grandes estudios ni equipos sofisticados; solo creatividad y buena luz. Michael Deas trajo consigo algunos elementos básicos que ayudarían a construir la escena: sábanas blancas, una bandera y una pequeña lámpara que haría las veces de antorcha.

Kathy Anderson recordó en varias entrevistas cómo buscó la iluminación perfecta para resaltar los pliegues del vestido improvisado y crear una atmósfera casi mística: “Michael tenía una visión clara para la pieza. Yo creé una luz suave que acentuara cada pliegue del material y halagara a la modelo. Usé grandes modificadores de luz softbox para lograr ese efecto delicado que buscábamos”.

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Jenny Joseph, por su parte, se mostró paciente y divertida durante la sesión, posando envuelta en una sábana blanca mientras sostenía la pequeña lámpara. Anderson probó con varios fondos y accesorios: primero colocó una bandera sobre la sábana y luego cambió por una tela azul, que finalmente resultó la elegida por su efecto visual. Las luces se ajustaron para crear reflejos estratégicos y darle a la imagen ese toque casi celestial.

En medio de la sesión, tras varias horas de trabajo, Jenny pidió un descanso. Había estado de pie sobre una caja durante mucho tiempo y necesitaba sentarse. Fue en ese momento, mientras la fotógrafa ajustaba su cámara desde otro ángulo, que Jenny reveló algo inesperado: estaba embarazada.

“Después de charlar durante un minuto, ella nos lo contó. Yo me preocupé de inmediato por que estuviera parada tanto tiempo, pero Jenny insistió en seguir con la sesión”, recordó Anderson.

Curiosamente, una de las tomas favoritas de la fotógrafa fue capturada justo cuando Jenny estaba sentada, relajada, sin la rigidez de las poses anteriores. Esa imagen transmitía la serenidad y fuerza que Michael Deas buscaba para su pintura.

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Una vez que la sesión terminó, Deas utilizó las fotografías como referencia para crear la pintura definitiva. Aunque la obra final presenta algunos cambios estilizados—el rostro de Jenny fue suavizado y se intensificaron los contrastes de luz—la esencia de la modelo se mantuvo intacta.

Lo que ninguno de ellos imaginó en ese momento fue que esa imagen se convertiría en una de las más vistas en la historia del cine.

Para Jenny Joseph, la historia tomó un giro aún más surrealista con el paso de los años. Aunque nunca fue modelo profesional ni volvió a posar después de aquella sesión, su rostro—en la versión artística de Deas—se proyectó en miles de cines y millones de pantallas en todo el mundo. Jenny se mudó tiempo después a Texas, se casó, formó una familia y vivió alejada de la industria cinematográfica. Pero sus hijos crecieron viendo a su madre aparecer en las pantallas antes de los mayores éxitos de taquilla.

Sin embargo, como ocurre con muchas historias de Hollywood, no faltaron los rumores y las confusiones. Durante años circuló la creencia de que la mujer del logotipo era la actriz Annette Bening. La similitud física entre Bening y la estilizada figura de la pintura alimentó ese mito. Aunque fue desmentido en varias ocasiones, aún hay sitios web que insisten en atribuirle el papel a la actriz.

En cuanto a Kathy Anderson, su carrera continuó creciendo después de aquella icónica sesión. Oriunda de Nueva Orleans, la fotógrafa se hizo mundialmente conocida por su trabajo documental, especialmente por las imágenes que capturó tras el devastador paso del huracán Katrina en 2005. Fue durante esa tragedia que Anderson ganó el premio Pulitzer por sus fotografías, entre las que destacó una tomada en la iglesia St. Paul, profundamente significativa para ella: “Era parte de la escuela de mis hijos, y pasaba todas las mañanas en la capilla con los estudiantes”, recordó.

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A pesar de sus múltiples logros, Anderson confiesa que la sesión con Jenny Joseph sigue ocupando un lugar especial en su memoria: “Tal vez porque fue en mi sala de estar, rodeada de buenos amigos. Nunca imaginé que esa foto se volvería tan icónica, pero siempre recordaré ese día con cariño”.

Hoy, la Dama de la Antorcha sigue iluminando las pantallas antes de cada película de Columbia Pictures. Y aunque el público ve una pintura elegante y casi mitológica, detrás de esa imagen hay una historia íntima, casi casera, de creatividad, amistad y un momento que, por pura casualidad, quedó inmortalizado en la historia del cine.